jueves, 23 de diciembre de 2010

El futuro del inglés

Jueves 23 diciembre 2010


En su libro "The Last Lingua Franca: English Until the Return of Babel", el estudioso Nicholas Ostler compara el inglés con el arameo y el griego, como lenguas globales. Sin embargo, dice, será reemplazado por la tecnología.


El inglés es el idioma más exitoso en la historia del mundo. Se habla en todos los continentes, los escolares lo estudian como segunda lengua y es el vehículo de la ciencia, de los negocios internacionales y de la cultura popular. Muchos piensan que continuará expandiéndose sin cesar. Pero Nicholas Ostler, estudioso del auge y ocaso de los idiomas, hace una sorprendente predicción en su último libro: los días del inglés como lengua-franca mundial pueden estar contados.
La conquista, el comercio y la religión fueron las principales fuerzas que sustentaron la diseminación de anteriores lenguas-francas. El idioma de los emperadores aqueménidos -que derrotaron a los babilonios en 539 a.C.- era el persa, pero adoptaron por razones prácticas el arameo como la primera "interlingua" del mundo. Las comunicaciones oficiales de larga distancia se escribían en arameo, eran enviadas a través del imperio y traducidas a su arribo a destino. El idioma persa también se usó como lengua-franca, pero no en la época de mayor apogeo del imperio, sino desde el año 1000 a.C. hasta el 1800. Los conquistadores turcos de Asia Central, Anatolia y Medio Oriente, a pesar de haber adoptado el islam y de decir sus oraciones en árabe, a menudo siguieron utilizando el persa como lenguaje de la corte y la literatura. También se usó el persa en las cortes de la India durante el reinado de los mogoles cuando llegó la British East India Company (Compañía Británica de las Indias Orientales).
Algunas lenguas-francas han recorrido rutas comerciales, pero son idiomas de conveniencia que cambian rápidamente según las circunstancias. El fenicio se esparció desde su lugar de origen en el actual El Líbano por la costa norte de África, donde -conocido en latín como púnico- se convirtió en la lengua del imperio cartaginés. Pero la destrucción romana de Cartago en 146 a.C. lo redujo a un idioma meramente local. El griego, en cambio, tuvo un mayor arraigo y no sólo sobrevivió al auge y al ocaso de Roma, sino que fue la lengua-franca del Mediterráneo oriental por más de mil años.
¿Qué tiene que ver todo lo anterior con el inglés? Tal vez muy poco. En ocasiones pareciera que el señor Ostler, fascinado por los antiguos usos del lenguaje, quiso escribir un libro que fuera diferente, pero su editor lo convenció de que se concentrara en el tema del inglés. Los principales argumentos sobre el futuro del inglés se encuentran en los dos últimos capítulos del libro, pero sus vaticinios llaman la atención.
El inglés se está expandiendo como lengua-franca, pero no como idioma nativo. Más de mil millones de personas hablan inglés en el mundo, pero sólo es el idioma natal de 330 millones, y dicha población no está creciendo. El futuro del inglés está en manos de países que no están dentro del núcleo anglófono. ¿Esta gente continuará estudiando inglés? Ostler sugiere que hay dos nuevos factores -el nacionalismo y la tecnología modernos- que detendrán su expansión. El pragmatismo de los aqueménidos y mogoles es sorprendente, pues ningún país moderno haría de un idioma extranjero su lengua oficial. Varias colonias británicas lo hicieron en una época, pero únicamente porque el inglés era un idioma neutro que competía con otros idiomas nativos. En otras antiguas colonias, como Sri Lanka y Tanzania, el inglés fue rechazado y las élites anglófonas se rindieron ante los nacionalistas que hablan los idiomas cingalés y swahili. En 1990, Holanda consideró adoptar el inglés como único idioma para la educación universitaria, pero lo rechazó por razones nacionalistas.
Ostler arguye que el inglés desaparecerá como lengua-franca, pero no debido a que otro idioma tomará su lugar. Ninguno de los candidatos es lo suficientemente internacional, y sólo la situación lingüística de África puede ser lo suficientemente fluida como para que sus futuras opciones reciban influencias externas. Se trata más bien de que el inglés no tendrá sucesor porque no se necesitará ninguno. Ostler cree que la tecnología cubrirá ese requerimiento.
Este argumento se basa en los grandes avances que se han visto en la traducción y reconocimiento oral de la computación. Ostler reconoce que hasta el momento ese tipo de software ha sido una desilusión, aun después de 50 años de intensa investigación y de una explosión en el poder de la computación. Pero medio siglo, aunque sean eones en tiempo informático, es un instante en toda la extensión de la historia del lenguaje. Ostler sin duda tiene razón en lo que se refiere a los límites que impondrán las naciones a la diseminación del inglés como idioma nativo. Si también tiene razón en cuanto a la tecnología, las futuras generaciones llegarán a considerar al inglés como algo similar a la caligrafía o el latín: prestigioso y tradicional, pero cada vez menos indispensable.

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